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De mi Abuela y el dulce de Grosellas...

 

Este post es bastante personal, quizas demasiado.  Más que una receta, este recorrido de sabores son memorias de lo más profundo de mi corazón.  Hace unos días compartíamos en casa de mi abuela como hace mucho no haciamos.  Estábamos todos los nietos y bisnietos, los de aquí y los que ahora viven en "gringolandia", mis amados primos Washingtoneros!!! Que viva DC y Virginia!!!, jeje.  Sentada en un sillón observaba como nuestros hijos jugaban juntos en el mismo lugar donde un día nosotros los nietos de Doña Virgen jugabamos, dónde nos bañaban con la manguera para economizar tiempo pues eramos muchos.  Mi abuela se casó con mi abuelo a la tierna edad de 16 años y a esa temprana edad parió su primera hija, mi madre.  Antes las cosas eran distintas, mi abuelo, un mécanico diesel, estudio en Nueva York y según me cuenta mi primo (estas historias de familia nunca están claras) mi abuelo iba y venía de Nueva York, pero encargaba un hijo antes de irse.  


Mi abuela crió a sus 4 hijos en un barrio humilde de Bayamón, la casa la construyo mi abuelo con sus propias manos, diseño el balcón de la casa para que tuviera vista al norte pues él decía que por ahí pasaría un expreso, y efectivamente así fue.  Mi abuelo trabajó toda su vida como mecánico en Las Piedras Construction y puso su grano de arena en todos los expresos que hoy comunican a pueblos lejanos.  La casa es de dos plantas y cada nieto tiene su historia con ella, desde correr por el alero a ver quien se atrevía, jugar con los perros del barrio que eran como de nosotros, perdernos en el patio que era como una selva llena de sorpresas.  Yo tengo mil gratos recuerdos de esa casa y de mi abuela, una gran mujer que sin estudios crió a sus hijos, nietos y bisnietos, con una gran creencia en Dios, en los valores morales y en el amor al prójimo.  

Lo más que me gustaba de la casa era la gran variedad de arboles frutales, quenepa, guanábana, mangó, aguacate, papaya, limones, panas, jobos, mis amadas pomarrosas...ahh, ese árbol de mi fruta favorita, que sólo nace una vez al año, llenaba todo su alrededor de un olor perfumado y el suelo se vestía de rosa con las hojas de las flores que lloraba, era un sueño (hasta que vino Hugo y lo daño todo).  Por último y no menos importante, las grosellas. Las grosellas eran como ese dulce amargo que no puedes dejar de comer.       


Me encantaba mirar el palo, recoger las grosellas y llevarselas a abuela para que me hiciera dulce.  No es tan común ver un arbol de grosellas por ahí, pero en dónde vive abuela habian varios, incluso una de las vecinas, Doña Sabina, también tenía, pero los de ella formaban como un camino secreto, por ahí me escapaba con los vecinos a buscar grosellas y a ver dónde nos perdíamos....que tiempos aquellos!!

Hoy quiero recordar a mi abuela, que es mi mayor admiración, espero que me dure muchos años más, pues es pilar de toda la familia, 4 hijos (2 que en Paz descansen), 6 nietos y 5 bisnietos...con este dulcesito de grosellas, voy recordando un dulce pasado y un mejor porvenir...


 Adaptada de la receta de mi abuela
2 tazas de grosellas
1 taza de agua
1 1/2 taza de azúcar (yo sustituí por azúcar Turbinado)
1 Cucharada de canela en polvo
1 Cucharada de anis en polvo
 Lave las grosellas, ponga a hervir el agua junto con las grosellas por unos minutos,  saquelas y escurralas.  En la misma agua que estaba hirviendo vierta la azúcar y las especies, y deje espesar.  Por último, eche las grosellas en la holla y mueva constantemente hasta ver que las grosellas ablanden y el almibar esté espeso. No hierva demasiado, las grosellas se pueden quemar y el almibar puede ponerse demasiado espeso.  (Las grosellas deben ser grandesitas, si están pequeñas aun no están listas para comer.)

Esto se puede comer sólo, o puede vertirlo sobre mantecado.
Disfrútelo!!